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Para casi todos los empresarios, dirigir una empresa con éxito significa tener que depender de otras empresas para proporcionar regularmente productos o servicios. Pero la identificación de los proveedores de primer nivel y la formación de relaciones saludables puede ser difícil para los dueños de negocios por primera vez que tal vez no sabe dónde mirar o qué esperar.

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“¿En qué estaba pensando?” es la categoría en la que debería archivarse el sándwich de sardina de Paul Glen.

Después de embarcarse en una dieta alta en proteínas, Glen llevó sándwiches de atún y sardinas a su trabajo como consultor de banca y los comió en su mesa de trabajo. Sabía que la comida olía pero pensó que la gente le diría si molestaba.

En vez de eso, una compañera que se sentaba en el cubículo contiguo se quejó a su jefe. Este elevó la protesta a su superior y finalmente la queja llegó al propio jefe de Glen quien terminó hablando de ello con él.

Glen se disculpó de inmediato con su compañera. Desde entonces trae ensaladas o come fuera, dice Glen, quien ahora es presidente ejecutivo de Leading Geeks, una consultora de gestión de Los Ángeles


Michael Stravato for Wall Street Journal Nelson Morales, cubre su teclado y hasta su corbata con plástico para no ensuciarse cuando almuerza.

Más de la mitad de los trabajadores a tiempo completo en Estados Unidos comen en sus estaciones de trabajo al menos una vez a la semana, según una encuesta hecha a 4.498 trabajadores el año pasado por la empresa de búsquedas de empleo en línea CareerBuilder.com. Y en su intento por ser superproductivos y no quedar atrás, los trabajadores pueden hacer estallar problemas en la oficina. Quienes en otras circunstancias parecen normales, tienen buenas maneras e incluso elegantes ejecutivos pueden terminar por eructar, relamerse o dejar sus platos sucios rondando en la oficina.

Becki Holmes detesta especialmente el olor de la mantequilla artificial que da sabor a las palomitas de maíz en el microondas. Es algo que contamina las oficinas de la tienda minorista de comidas y bebidas donde ella trabaja en Seattle. “Y nunca se puede encontrar a la persona que hizo las palomitas”, dice.

Ese olor, proveniente de los aditivos que producen el sabor a mantequilla, puede ser desagradable y tiende a mantenerse en el ambiente, dice Pamela Dalton, una investigadora olfativa en Monell Chemical Senses Center de Filadelfia, un centro sin ánimo de lucro que analiza el gusto y el olfato.

Ella relaciona el mal olor a una sensación más amplia. Oler los almuerzos de otros en la oficina puede hacer que las personas sientan que han perdido “el control de su propio entorno personal”, sostiene Dalton. Un mal olor o uno no identificado puede “ponernos en alerta, distraernos de lo que estamos haciendo y cambiar nuestro humor”, en general para empeorarlo, explica.

En una ocasión, Patricia Norma dejó caer un pastel de manzana sobre su computadora por accidente mientras almorzaba en su mesa de trabajo en una compañía de capacitación de ventas y marketing de Houston. Limpió todo lo que pudo para tratar de salvar su teclado y varios compañeros se acercaron a ayudarla.

Su jefe, el presidente ejecutivo, Bert Martínez, describe la escena. “De repente, alguien quiere dar una mano, y alguien más quiere dar otra mano, y antes de darte cuenta, teníamos a tres personas tratando de limpiar un teclado de US$20”, perdiendo el tiempo.

Desde entonces, Martínez tiene a mano un gran rollo de plástico para envolver y pide a sus empleados que cubran sus teclados mientras comen. Nelson Morales, vendedor y capacitador, cubre su propio teclado –y su corbata– con plástico. “Es muy práctico”, afirma. A menudo lleva espaguetis y platos de arroz y frijoles. El plástico también redujo sus gastos en la tintorería, asegura.

Cuando Mary Miller trabajaba en recursos humanos para una empresa minorista, tomaba un descanso para almorzar, pero sus compañeros la interrumpían para hablarle sobre problemas con otros empleados o sus jefes. “La gente entra y se sienta y comienza a hablar. Nunca preguntan ‘Disculpe, ¿tiene tiempo de atenderme?'”, dice.

Para ganar algo de privacidad, ella comenzó a sostener una novela romántica frente a su cara mientras come, dice. Si sus compañeros “ven que estoy leyendo, tienden a dar la vuelta y regresar después”. (Miller ahora trabaja y come sin interrupciones como asesora ejecutiva y consultora desde su hogar en Annapolis, Maryland.)

Tampoco hay que olvidar a los que mastican sin cerrar la boca, los que comen cosas que crujen mucho, los que se relamen los dedos y los que chasquean con sus labios. Ashley Chase, una editora de un sitio web sobre el medio ambiente se irrita cuando sus compañeros comen “papas, nueces o cualquier cosa que cruja mucho”. Ella sabe que no todo el mundo es tan sensible como ella, así que no se queja. En cambio, se pone sus audífonos y escucha música.

Pese a que muchos de los que comen en su escritorio dicen que logran hacer más, los expertos en productividad se oponen a esa idea. “Exprimirle cada momento posible al día” para trabajar le resta energía y de hecho reduce la producción, dice Tony Schwartz, presidente ejecutivo de Energy Project, y autor y consultor sobre técnicas para involucrar a los empleados.

Lo mejor que se puede hacer es tomar un descanso para almorzar y regresar lleno de energía, dice.

Allison Hemming, presidenta de Hired Guns, una agencia de colocación de trabajadores del sector de marketing y diseño, comió en su estación de trabajo por varios años cuando se desempeñaba como especialista de marketing en dos bancos de inversión.

Ahora, si ve a sus empleados comiendo en sus asientos “les digo que se levanten”, alentándolos para que salgan, dice. “Hemos visto un gran incremento en la productividad” y las ventas como resultado de ello.

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